Pensé que era capaz. Pensé que podía alejarme. Pensé que ya me encontraba fuera de tu alcance, que no era vulnerable a tu perfume, a tu sonrisa, a tus palabras. Pensé que el solo hecho de mirarte no iba a derrumbar mi decisión de que ya no seas parte de mí. Pensé que ese muro que habíamos decidido construir hace un tiempo entre los dos, era imposible de derrocarse. Pensé que iba a ser fuerte, pensé que iba a lograr superar tu ausencia que hace rato venías anunciando en forma de cuotas. Pensé que el extrañar el calor de tu alma las primeras noches, el extrañar tus brazos sosteniéndome y protegiéndome de cualquier resbalo posible, el extrañar tus manos buscando las mías, era uno de mis tantos caprichos que no se terminan por satisfacer. Ingenuamente pensé también, que con el correr del tiempo, me acostumbraría a no escuchar tu voz. Pensé que no necesitaba más que tiempo. Pensé que te olvidaría. Pensé que me olvidarías. Pensé que lograríamos vernos como dos desconocidos que se saludan por compromiso. Pensé que íbamos a lograrlo. Pensé que verte feliz, iba a ser la excusa perfecta, para confirmar que habíamos hecho las cosas bien. Y ya ves, amor, al fin de cuentas, no soy capaz, no soy fuerte, no soy esa persona que pensó que podría olvidarte, borrarte, dejarte ir como si nada, sabiendo inconscientemente que ninguno de los dos estaba de acuerdo en la construcción de este muro que hoy tanto nos separa y nos duele. Te juro, y te lo hago saber las veces que sea necesario, pensé de forma errónea, que éramos capaces.
(uno de los tantos que encontré...
¿estoy a tiempo todavía?)