"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar."
-¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?
-Sí.
-Yo no dije sí, dije si querés que te cuente el cuento de la buena pipa.
Y así pasabas ratos y ratos hasta que nos dormíamos. Nunca entendimos que teníamos que responder, nunca te cansabas de hacernos ese chiste, nunca nos cansábamos de escucharte repetirlo todas las noches, antes de cerrar los ojos. Nunca te levantaste de ese sillón, sin comprobar que estuviéramos soñando. Fue en nuestras vacaciones de invierno de 1994, y si mi memoria no me falla, también en las de verano. A cualquiera que le pregunten, seguramente responderá que ese año pudo haber sido el peor de nuestra infancia. Que ese año, fuera de casa, lejos de papá y mamá, iba a cambiar mi vida y la de mi hermana. No se equivocan, cambió todo. Pero no fue el peor año, gracias a vos. Todas las mañanas me despertaba atormentada por el mismo sueño. Soñaba que se terminaban las vacaciones, y tenía que volver a casa, volver al colegio y a la rutina de siempre. Me aterrorizaba abrir los ojos, por miedo a que no fuera un sueño. Pero cuando los abría, te veía sentado, calladito, en la silla al lado de la ventana, esperando a que me despierte para que te acompañe a comprar pan. “Quiero que me cuentes el cuento de la buena pipa, abuelo, siempre me duermo antes”, es lo primero que te decía. Vos me prometías que de esta noche no pasaba, pero que primero tenía que acompañarte a visitar a Vanesa, la chica que trabajaba en la panadería de tu barrio. No es que me disgustara ir al colegio, no es que no soportara las preguntas de mis compañeros, o me dieron bronca las caras de compasión falsa de mis maestras, iba más allá de eso. Con el tiempo aprendí a sobrellevar nuestra realidad, aprendí a diferenciar a las personas que miraban con lástima, y a las personas que se animaban a preguntar por la salud de mi hermanita, con mucha sinceridad. Con el tiempo parecía que todo volvía a la normalidad, y volver al colegio después de sucesos bastantes importantes en mi familia, no me molestaba tanto. Pero seguía extrañándote, y esperaba con muchas ganas un fin de semana largo, para que papá nos dejara esos días solas con vos y la abuela, y de una buena vez por todas, pudiera conocer ese cuento. En el colegio te conocían como a uno de los mejores abuelos de todos, todos te admiraban, todos te recordaban con amor, hasta el día de hoy. Y no sólo por lo que yo contara, o Maru contara. Todos te conocían, y todos te querían. Si hablo de vos con cualquiera de mis amigas que llegaron a conocerte, pueden afirmar que eras una gran persona. Y hasta una de ellas sigue guardando las soguitas que vos mismo armaste y nos regalaste a todas las nenas para hacer gimnasia.
Ella levantó la vista. Le clavó la mirada en sus labios intentando deletrear letra por letra lo que había escuchado. Le dio otra pitada a su cigarrillo. Él sonrió tímidamente. Ella volvió su mirada al piso. Él busco sus manos. Intentó acariciarla. Ella separó sus manos de las de él. Las apoyó contra sus rodillas, y escondió su cara entre ellas. Él le acarició el pelo. Ella esquivó cada caricia. Improvisaron un silencio incómodo. Él quería ser claro. Ella había comprendido. Él sería capaz de volver a decirlo. Ella tenía miedo de que eso sucediera. Ninguno de los dos era consciente de lo que pensaba el otro. Él pensó que ella nunca lo entendería. Ella pensó que él nunca la entendería. Él intentó abrazarla, ella esquivó el abrazo. Indignado se puso de pie, dispuesto a marcharse. Ella lo agarró de la mano, impidiéndole avanzar. Él la miró fijamente, ansioso por escucharla hablar. Ella le soltó la mano, no pudo pronunciar nada de lo que en ese momento hubiera querido. Él se dio vuelta y comenzó a caminar. Ella siguió sus pasos con la mirada, pero no tuvo fuerzas para pararlo. Él dobló en la esquina y se perdió para siempre en la oscuridad de esa noche de invierno. Ella buscó su celular, y escribió un mensaje que nunca envió.
"El mundo social es el lugar de luchas a propósito de palabras que deben su gravedad -y a veces su violencia- al hecho de que las palabras hacen las cosas, en gran parte, y que cambiar las palabras.. es ya cambiar las cosas. El combate para conocer científicamente la realidad debe casi siempre comenzar como una lucha contra las palabras."