El día de hoy se empecinó por recordarme que existís. No es que lo haya olvidado, no es que no te recuerde de vez en cuando, no es que no me había dado cuenta de lo cerca que estamos. Es sólo que hoy, mi memoria se encaprichó, y me hizo entrar en razón más rápido que otros días. Vivimos en la misma ciudad. Tomamos el mismo subte. Caminamos casi las mismas calles. Nos unen muchas cosas.
Y, sorpresivamente, tu nombre no es único. No, posta que no. Aunque hasta no conocerte no era familiar en mis oídos y mucho menos en mi ámbito personal, últimamente, todos tus tocayos se obstinaron por aparecer ahora, que no estás. Podría enumerar desde clientes en mi trabajo, compañeros de la cotidianeidad, famosos nombrados en las radios o en las revistas, hasta autores que debo leer para la facultad. Sí, todos ellos con el mismo nombre.
¿Y cómo te explico la situación? Escuchar tu nombre, es casi lo mismo que inyectarme tres dosis de algún que otro estupefaciente que hace alertar mis sentidos, latir muy fuerte mi corazón, traer tu imagen a mi mente, apuñalar dulcemente mi alma, adueñarse de mis palabras, y por último, dejarme estúpida unos minutos hasta volver a la realidad. No es la primera vez que pasa. Cada tanto me encuentro con algún hombre que tiene esto en común con vos. Es más, con el tiempo aprendí a evitar sonreír ante el desconocido en cuestión.
Pero hoy, tengo el presentimiento de que estamos más cerca que nunca. Hoy, la certeza de que te voy a encontrar en cada parada de subte, me atormenta. La mera posibilidad de que nuestros cuerpos se crucen en alguna avenida transitada, me pone muy nerviosa. No sé si quiero enfrentarme a esa situación. Meses atrás hubiera dado lo que no tengo por ver tu sonrisa una vez más. Pero hoy, en mi presente, te quiero lejos… y te siento tan cerca.
Y hago cosas sin sentido. No escucho a los demás, no hablo con nadie. Me cuelgo en el mundo paralelo que transita mi imaginación. Las personas que me rodean me hablan, y yo hago como que escucho, pero en realidad estoy volando. Y cuando bajo de la nube, armó un monologo egoísta, el cual lo digo al pie de letra, para después callarme y no volver a hablar por un buen rato. Me subo a un subte y me bajo inconscientemente en la parada equivocada. No miro a los ojos a nadie en la calle, por miedo a que en alguna de esas caras, me encuentre con tus ojos, y no sepa cómo seguir caminando.
Y, sorpresivamente, tu nombre no es único. No, posta que no. Aunque hasta no conocerte no era familiar en mis oídos y mucho menos en mi ámbito personal, últimamente, todos tus tocayos se obstinaron por aparecer ahora, que no estás. Podría enumerar desde clientes en mi trabajo, compañeros de la cotidianeidad, famosos nombrados en las radios o en las revistas, hasta autores que debo leer para la facultad. Sí, todos ellos con el mismo nombre.
¿Y cómo te explico la situación? Escuchar tu nombre, es casi lo mismo que inyectarme tres dosis de algún que otro estupefaciente que hace alertar mis sentidos, latir muy fuerte mi corazón, traer tu imagen a mi mente, apuñalar dulcemente mi alma, adueñarse de mis palabras, y por último, dejarme estúpida unos minutos hasta volver a la realidad. No es la primera vez que pasa. Cada tanto me encuentro con algún hombre que tiene esto en común con vos. Es más, con el tiempo aprendí a evitar sonreír ante el desconocido en cuestión.
Pero hoy, tengo el presentimiento de que estamos más cerca que nunca. Hoy, la certeza de que te voy a encontrar en cada parada de subte, me atormenta. La mera posibilidad de que nuestros cuerpos se crucen en alguna avenida transitada, me pone muy nerviosa. No sé si quiero enfrentarme a esa situación. Meses atrás hubiera dado lo que no tengo por ver tu sonrisa una vez más. Pero hoy, en mi presente, te quiero lejos… y te siento tan cerca.
Y hago cosas sin sentido. No escucho a los demás, no hablo con nadie. Me cuelgo en el mundo paralelo que transita mi imaginación. Las personas que me rodean me hablan, y yo hago como que escucho, pero en realidad estoy volando. Y cuando bajo de la nube, armó un monologo egoísta, el cual lo digo al pie de letra, para después callarme y no volver a hablar por un buen rato. Me subo a un subte y me bajo inconscientemente en la parada equivocada. No miro a los ojos a nadie en la calle, por miedo a que en alguna de esas caras, me encuentre con tus ojos, y no sepa cómo seguir caminando.
4 comentarios:
Se me ocurre que finalmente la historia que escribiste en el post anterior no estaba cerrada bajo ningún aspecto. Y quizás ese miedo que tenés es lo que necesitás que pase para darle fin. Porque en ocasiones hasta que no terminamos de sufrir viviendo en la carne misma ese dolor no logramos extirparlo, porque seguimos pensando en el momento que volvamos a verle la cara. Y ese pensamiento nos destruye, nos angustia de tal manera que la vida deja de serlo para ser solo sus ojos. Tan lejos pero todo el tiempo presentes.
Quizás al verlo quedés con la piel enrojecida y tu alma se quiebre en mil pedazos más, pero no hacerlo puede que sea lo más angustiante, ese pensamiento constante de cómo estará, cómo se verá, cómo fue todo desde entonces.
Es chocar contra el paredón, y darse cabezasos constantes, pero a veces es la única manera. Porque aunque no lo veas, de esta forma que estás viviendo es donde realmente no estás caminando. Si no que vas en círculos, todos en torno a él, y nunca en vos.
Che estás re enamorada. Vos no tenés mariposas en la panza, tenés osos.
Abrazo enorme!
JAJAJAJAJAJ que feo tener osos en la panza!! volviste niiicoo, te extrañaba jajaja y me hiciste reir :)
Que doloroso debe ser tener a alguien en todo lo cotidiano de tu vida, si no deseas tenerlo! A mi me pasa que el nombre del hombre de mi vida es DEMASIADO comun. Un abrazo!
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