Con una sonrisa como escudo, y una alegría contagiadora para él que se atreviera a contagiarse, él sonreía, y a la vez, les regalaba con cada sonrisa, un rayito de sol, a cada ciudadano, como él, como vos, como yo, como cualquier otro, que pasara por la misma baldosa. Pero ellos no. Ellos no le regalaban nada más que una mirada indiferente al pasar, algún que otro ‘¿Córrete querés?’, o con suerte, algún inocente ‘No, gracias, no tengo plata’. Pero no se daban cuenta que a él solo le bastaba con una sonrisa como respuesta, con algún guiño de ojo, alguna que otra carcajada inocente de un niño, o alguna mueca de complicidad de alguna muchacha de piernas lindas. Como todos los días, como todas las mañanas, amanecía muy temprano, para no perderse ni un minuto del resplandeciente sol primaveral, abría su florería, y elegía las mejores flores para regalarle a los demás. ‘Buenos días señora’, ‘No tan buenos para algunos’, ‘Pero miré si no va a ser bueno, con tan linda mañana’ y la señora, como la mayoría de las señoras, lo dejaban hablando solo. Y acá iba de nuevo el hombre primaveral, ‘Buenos días bella dama, le regalo una flor no tan bella como usted’. ‘No, gracias, no tengo plata’, ‘Es un obsequio en honor a su belleza, vamos, acéptelo... se la regalo a usted, como a usted.. señor, para la solapa de su saco’ ‘No nene, no estoy para estupideces’, contestó enojado el señor mientras lo empujaba con su maletín pesado. Él ya estaba acostumbrado a derramar palabras, como una regadera humedeciendo el tiempo con su ‘buen día señor, buena señora, que bella mañana…’ y obtener como respuesta el enojo, la sonrisa burlona, algún que otro empujón, o la simple indeferencia de la gente que pasaba a su lado, como la de la bella dama, que segundos antes, había aprovechado el enojo del señor con maletín, para mezclarse nuevamente entre la gente sin decir adiós. Yo, que caminaba un poco alejada del centro de la escena, supe desde que lo vi, mientras doblaba en la anterior esquina, que lo conocía. Era el mismo señor que desparramaba esperanza, alegría y primavera con cada ‘buen día’ que salía de su boca. Y alguna que otra vez, lo había visto hablando solo, cantando solo, sintiéndose solo, como todos, seguramente, alguna que otra vez, nos sentimos solos. Una nena, un poco más apurada que yo por llegar a la esquina, corrió desesperadamente para no perderse la flor que mi amigo el florista, obviamente, le iba a querer regalar. Del brazo de ella iba arrastrada la madre, que le gritaba un poco resignada, sabiendo que la nena no la iba a escuchar, ‘¡Hija, vení!, ni se te ocurra agarrar una flor de ese señor extraño que no tengo ni un peso’, ‘Ay, dale mamá, vamos que se le van a acabar las flores’. ‘Buen día linda’ le dijo el florista al ver llegar a la nena tan emocionada por una flor. ‘Hola, ¿cómo te llamas?’, le preguntó la nena. ‘Yo soy Juan, ¿vos cómo te llamas preciosura, y como se llama la madre de esta niñita?’. ‘Vamos nena, que se nos hace tarde, no tenemos tiempos para estas cosas’, argumentaba la madre. ‘Yo me llamó Lucía, y quiero ser tu amiga. ¿Puedo ser tu amiga? Porque vos le regalas flores a tus amigos, ¿no?’ ‘Si, yo le regalo flores a la gente, y la gente es mi amiga, todos son mis amigos, los viejos, los jóvenes, los chicos, los niños como vos, los árboles, los pájaros y las palomas también. Además es primavera, y para que sirve que sea primavera sino llevas una flor en la solapa, en la mano o en el pelo?’ ‘Entonces, yo también soy tu amiga. En la plaza yo me hago amiga de todos los chicos. En cambio, los grandes son diferentes, ¿no, mamá?’. ‘A veces hija, a veces… Vamos que se nos hace tarde y papá se va a enojar.’ A veces, o casi siempre, por desgracia. Y creo que tengo un poco la inocencia de Lucía, de pensar que no es siempre, sino casi siempre. La gente lo puede llamar, ‘el loco que dice buen día’, pero es uno de los pocos que lleva una flor en el ojal en primavera, y una sonrisa como maquillaje. Y en vez de tener los ojos empañados de envidia, de tristeza, de rencor...los tiene abiertos y hondos, reflejando tanta claridad, más claridad y transparencia que la del mar. Envidia tendrían que tenerle a él, la gente que no le acepta ni una sonrisa, la gente que está más preocupada por su reloj, que por ser feliz. Las personas grandes para ser amigas de alguien, tienen que responder un complicado cuestionario lleno de signos y de números. No pueden decirle 'buen día' a la gente que se cruza con ellas por la calle porque la gente se sorprendería... y las llamaría locas, como al hombre de los ojos de niño que le va cantando al sol y a la ternura, estremecido por la alegría de vivir. ¿Pero, loco? ¿Loco, por qué? ¿Por qué amanece con una sonrisa? ¿Por qué quiere compartir su felicidad con los demás? ¿Por qué no muestra en su cara resignación, luego de tantas miradas desencontradas que le devuelve la gente? ¿No es más loco, un señor con sombrero, traje, y maletín, un día tan lindo, con el sol tan radiante? ¿Cómo va a ser loco un hombre que regala flores y saluda por las calles? ¿Cómo va a ser loco un hombre que ama a la gente, a los perros, a los gatos, a los pajaritos y sonríe porque el sol es redondo y amarillo? Locos... somos los otros; los que miramos con angustia los relojes, los que no estrechamos las manos de cualquiera, los que ponemos un vidrio de distancia entre nosotros y los demás, con la excusa de "protegernos". ¿Protegernos? ¿Protegernos de qué? ¿No será temor? Temor a dar algo a los demás, sin siquiera esperar algo a cambio. Temor a no pensar lo mismo, a ser diferentes. Temor a demostrar lo que sentimos. Temor a amar, a que nos llamen locos. . .
=)
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