viernes

Esperar.

Esperar. Esperamos siempre. Estamos acostumbrados a esperar. A esperar que en el visor del microondas avancen los segundos lo más rápido posible para poder desayunar nuestro café, como todas las mañanas. A esperar que el subte llegue a la estación. A esperar en la cola de un banco, de un restaurante de comida rápida, de un supermercado. A esperar un llamado que nunca llega. A esperar al delivery que siempre se retrasa, a esperar que sea la hora para ver esa serie que tanto nos gusta. A esperar el resultado de ese final que nos comió la cabeza las noches anteriores. A esperar en un hospital, a esperar que llegue el día que tanto deseamos para ver a esa persona que nos llena el alma, a esperar por respuestas que están tan lejos. ¿Cuánto más estamos dispuestos a esperar? ¿Cuánto más podemos esperar? ¿Cuánto más queremos esperar? ¿Cuánto más? ¿Hasta cuándo? ¿Llegará el momento en qué nos cansemos de esperar? Esperamos, por personas queridas, por momentos imaginados, por situaciones inolvidables. Esperamos a que la persona indicada llegue en el momento justo. Esperamos que las cosas salgan como nos gustan. Esperamos a otros. Esperamos a las decisiones de los demás. Pero, ¿hay alguien que espere por nosotros? ¿Hay, realmente, alguien, que en este infierno de caras desconocidas que creen conocerse, esperando por nosotros? Un hombre cruza la calle sin mirar a ambos lados, cansado de esperar que el semáforo cambie. En esa misma esquina, se encuentra un colectivero, que está, también, cansado de esperar que el taxista que lo antecede, se decida a avanzar más rápido. Se adelanta en su maniobra, y sin darse cuenta de la aparición del hombre cansado de esperar, el colectivero, también cansado, lo atropella. Una señora, que, aunque parezca insólito, a su edad, no tenía mucho ya que esperar, más que una pequeña cola en el almacén cada domingos por medio, decide llamar a la ambulancia. Una ambulancia que nunca llega. El hombre cansado de esperar por el semáforo, y ahora por la ambulancia que jamás llegará, no aguanta sus últimos signos vitales, y muere. La señora que todavía no estaba cansada de esperar, se para a mirar la situación desde afuera, desde su punto de vista, desde el rol de no sentir la presión de esperar, como todos los demás allí presentes, piensa un momento, en el pobre hombre que yace recostado en el suelo. El pobre hombre, que de tanto aguantar la espera, se quiso enfrentar a esa presión, y la maldita espera, le terminó ganando la partida. Que pena, piensa la señora, la familia de este hombre cansado, esperándolo en su casa, con la cena servida. Y él no. Él nunca, nunca va a llegar. Aunque lo esperen, nunca va a llegar. Pero, ¿hay alguien, se pregunta, que realmente lo espere? ¿Hay alguien esperando su llegada, hay alguien esperando por él y su compañía? ¿O acaso estaría él, antes de lo sucedido, esperando por alguien en su vida? Esperando a alguien, que quizás tampoco nunca llegó. ¿Seria en este caso, una revolución, el haberse cansado, de esperar por un simple cambio de luz? ¿ Sería en este caso, una burda pantalla, una estúpida consecuencia, una efímera representación, del verdadero cansancio que sentía el hombre, cansado de esperar, en realidad, a alguien en su vida, a algo en su vida, de esperar, mejor dicho, algo de la vida? A la vez, yo me pregunto, ¿existe el momento en el que decidimos darnos por vencidos, no esperar más? ¿El hombre cansado, tuvo un instante de inspiración, y agotado de esperar, dijo en sus adentros “yo no espero más”? ¿Cuándo se dice basta? ¿Se dice basta? ¿Hacemos bien al esperar ese algo? Y en el caso de que nos cansemos de esperar, ¿estaríamos tomando una decisión errónea? ¿Cuánto más hay que esperar? Siento que de tanto esperar, se pasa la vida. No sé ni siquiera que estoy esperando. ¿Sigo esperando? ¿Qué estoy esperando? Ya no sé ni que esperar. Tengo la tonta ilusión, de que tranquilamente puedo seguir esperando a que venga alguien mágico, y me diga, “es hora de que no esperes más”. Pero estaría, inocentemente, esperando a su llegada. Esperar. No quiero esperar más. No sé cuánto tiempo tendré que seguir esperando, y no sé cuando voy a poder decir, yo ya no espero más.

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Y TODAS LAS RUINAS ENTRAN A BRILLAR,
ES TU SUEÑO QUIEN LLEVA LOS HILOS.
Y LLORAR DE NUEVO YA NO TE HACE MAL,
Y UN DOLOR TE MANTIENE AHORA EN VILO.