La última noche en salta, después de recorrer la belleza en la que se transforma esa ciudad pasadas las ocho, con todas las luces de los edificios históricos alrededor de la plaza principal, nos decidimos a sentarnos en un banquito de la plaza, en frente de la catedral. Yo opté por sentarme en el suelo, apoyando mi espalda en el banquito, mientras mi amiga, y la chica que nos acompañaba, se sentaron una a cada lado. Un rato después de sacar infinidades de fotos a cada lugar iluminado, un rato después de intentar sacarle una foto fallida a majo en medio de la calle (y que pase un auto y le saqué una foto re tierna, en la que ella sonreía para mi cámara, y terminó captándola mucho mejor el conductor de dicho auto), ese rato después, nos quedamos las tres en silencio. Pasó una señora, muy mayor, por al lado nuestro, con muchas bolsas en la mano, no me acuerdo si tenía bastón, o si, solo el hecho de que era mayor y caminaba con pasos muy lentos y pausados, me hace imaginármela con un bastón inexistente. La señora se dispuso a cruzar la calle que separaba, a nuestro banquito en la plaza, de la catedral. Como sus pasos eran muy lentos, muy pausados, y hasta demostraba ser padecidos de manera muy triste por la señora, nos quedamos las tres mirando todo su recorrido. A lo lejos venía un auto, paseando, un poco distraído capaz, o muy atento, no lo sabemos. Lo único que sabemos, que si hubo algo que interrumpió nuestro silencio, para nada incómodo, fue nuestra preocupación de si el señor/turista/habitante que iba paseando, distraído o no, había visto a la señora mayor con bastón (existiese o no), que estaba cruzando muy lentamente, cargada de bolsas. Después de eso, volvió el silencio. Vimos como la señora entraba por una puerta, al lado de la catedral, a su casa, su refugio, o a algún lugar que no sabemos ni vamos a saber nunca que era. Las chicas siguieron hablando como si nada, pero a mi me generaron ganas de interrumpirlas, y decirles lo que me quedé pensando. Me quedé pensando, en el momento en que lleguemos a esa edad, en el momento que nos cuesten los pasos, en el momento en el que tengamos un andar tan cansado y resignado, que trasmitamos a los ojos de otras personas, la existencia de un bastón invisible, en el momento en el que no tengamos a nadie de las personas queridas a nuestro alrededor, en el momento en el que estemos solas en la vida, sin nadie que nos ayude a cruzar la calle, o se preocupe por si miramos a ambos lados, en el momento en el que todo nos cueste mucho más, y arrastremos con nuestro cuerpo el cansancio acumulado después de tantos años vividos. Me quedé pensando además, y di por sentado, que esa señora estaba sola. Estaba sola esa noche, estaba sola cruzando la calle, estaba sola en la vida. Me da miedo, y me dio mucho miedo pensar en esto. Me da miedo pensar que en algún momento voy a llegar a ser como esa señora mayor. Me da miedo pensar, que gente que yo quiero también va a llegar a esa instancia. Me da miedo que pase el tiempo, y no darme cuenta de gente que me necesita, como en ese momento la señora, quien sabe si, necesitaba de alguien querido al lado de ella. Me da miedo, en serio. No quiero ni imaginármelo. Me aterroriza el solo pensar de poder perder a alguien, de que las cosas sean distintas, de que yo no pueda hacer nada contra el reloj de la vida. Todos crecemos, y llegamos a ese momento. Pero yo no quiero eso, ni para mí, ni para la gente que me importa. Me dan ganas de agarrarlos a todos, ahora, y encerrarnos en una burbuja anti-edad, que no nos permita ni envejecer, ni sufrir daños, ya sea de inseguridad, físicos o sentimentales, lo que sea. Me gusta tener las cosas bajo control, y me gusta que la gente que quiero no sufra riesgos, por más mínimos que sean. Me angustia que pase algo, y no poder controlarlo, o no poder ayudar a alguien, aunque este mas allá de mi alcance. Es una postura muy egoísta, necia, y poco coherente, ya que el tiempo corre igual. Pero sinceramente, me da miedo, pensar que mientras yo trabajo, alguien que quiero puede estar sufriendo o puede sentirse sola, o puede estar mal por X motivo, y yo no me estoy enterando, estoy ajena a eso. Vuelvo a repetir, me dan ganas de abrazarlos a todos y no dejarlos ir de mi lado, ni de mi alcance. Creo que las chicas después de escucharme decir un resumen de todo esto, me habrán mirado con cara de “esta piba está loca, la tarta de vegetales le pegó feo” pero como no les veía las caras, ni me preocupo. Dos minutos después, se nos acercó una perrita muy linda, que a la legua se notaba que estaba re embarazada. Y si a mi amiga, hay algo que la caracteriza, es la sensibilidad que tiene por esas criaturitas lindas. Empezó a acariciarla, al ritmo de acompañar cada caricia con un “pobrecita, estás sola”. Lo mismo que veía yo en una señora mayor, ella lo veía en una perrita embarazada. A lo que después de un rato largo de escuchar los repetidos “pobrecita”, le aclaré a mi amiga, que no sabíamos si era pobrecita, no sabíamos si estaba sola, no sabíamos si estaba triste, es posible que la perrita embarazada fuera feliz, y nosotras no lo sabíamos, solo nos quedábamos con la imagen que nos transmitía. A lo que mi amiga respondió, quizás la señora mayor que cruzaba la calle, también es feliz.
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